Un cantante cambia de escenario

El cantante Michel Martelly, mejor conocido en los escenarios como Sweet Micky, es un héroe de la música pop al que veneran los jóvenes haitianos descalzos y descamisados, muchos de ellos sin techo alguno sobre sus cabezas. No hay nadie que interprete mejor el konpa dirèk, un género bailable de la música creole que nació a mediados del siglo pasado pero que él renovó cuando, de vuelta a Haití en 1987, tras una de sus largas temporadas de errante en Estados Unidos, tocaba el piano en las fiestas elegantes de Petionville y Kenskoff, los suburbios adinerados de Puerto Príncipe. Desde allí pasó luego a los escenarios abiertos, y al olor de multitudes. Como es calvo, también lo llaman Testuz Kalé, que en creole quiere decir cabeza pelada. Quiso ser médico, pero no dio el ancho. Quiso ser militar, pero huyó de la academia castrense donde estudiaba, tras haber embarazado a la hija del general que dirigía la institución. En Colorado fracasó como alumno de un colegio comunitario y se empleó de dependiente de mostrador en una tienda de abarrotes. En Miami trabajó como obrero de la construcción. Gracias a la música, o como haya sido, llegó a ser un hombre de dinero, como para hacerse dueño de una residencia amurallada en la capital más miserable de América Latina, además de famoso como presidente del konpa dirèk. Ahora es, además, Presidente de Haití. Fundó un partido políti co al que llamó en creole Repons Peyizan Respuesta Campesina, y le puso como emblema la figura de un toro de grandes cuernos, como el que anuncia el brandy Osborne en las carreteras de España. Quedó en tercer lugar en la primera vuelta, pero al retirarse de la contien da el candidato oficial, Jude Celestin, yerno del presidente René Préval, obligado por las acusaciones de fraude, Sweet Micky se midió a solas en la segunda con la ex primera dama Mirlande Manigat y le ganó fácilmente con 67% de los votos. Un inusitado presidente para un país desesperanzado, sin instituciones confiables, empezando por la que cuenta los votos, y en manos de la misión de las Naciones Unidas que controla, como puede, el orden público con sus tropas multinacionales. Un país en ruinas, que ya era el más pobre entre los pobres antes del terremoto de enero del año 2010 que destruyó Puerto Príncipe y dejó 250.000 muertos y 2 millones de damnificados, y luego, como si aún fuera poco, vino un ciclón devastador, uno de tantos que han castigado con rigurosa periodicidad la isla, y más luego la epidemia de...

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