Carlos Fuentes: ambición y energía

Carlos Fuentes había viajado hasta Argentina para asistir a la Feria del Libro de Buenos Aires. Allí el corresponsal del periódico español El País lo entrevistó. En ese momento Fuentes había cumplido ya 83 años y parecía infatigable por toda la actividad desplegada, que abarcaba la redacción de sus libros y ensayos así como la promoción de ellos. Había armado bien a todo un personaje que le gustaba estar presente en los grandes acontecimientos literarios y políticos. Las huellas de la edad ya eran visibles en su rostro; casi todos olvidaron en la hora de su muerte y de sus exequias que había sido sometido, hace algunos años, a una operación del corazón. Fue asombrosa su recuperación, y también fue asombroso cómo pudo asimilar el dolor que le provocó el fallecimiento de dos de sus hijos, con pocos años de diferencia. Escribía para conjurar la muerte, decía él, pero esta sin dar signos de advertencia lo alcanzó repentinamente: los anticoagulantes que lo mantenían sano al final obraron con su efecto letal. El reportero de El País le preguntó que cuál era el secreto de su vitalidad. El secreto tiene mucho que ver con mi pasión por la escritura. Mi sistema de juventud es trabajar mucho, tener siempre un proyecto pendiente. Ahora he terminado un libro, Federico en su balcón, pero ya tengo uno nuevo, El baile del centenario, que empiezo a escribirlo el lunes en México. Ese lunes llegó con una sensación de náuseas y un malestar que le impidió sentarse ante su mesa de trabajo. La novela quedó como un libro nonato. Una hora después de haber ingresado en el hospital se extinguía la vida de uno de los escritores más notables, más destacados, más famosos, más celebrados, no sólo de la literatura mexicana sino de la literatura en todas las lenguas, debido a una hemorragia interna incontrolable. La noticia de su muerte ocupó la primera página de los periódicos más importantes del mundo. Carlos Fuentes había fabula do sobre la muerte, es el tema central de su obra maestra La muerte de Artemio Cruz, la idea que se había formado de ella estaba impregnada del mito de la muerte de la cultura mexicana, que es parte de una identidad que tanto le preocupó. En sus palabras había una presencia de lo popular que impregnaba sus ideas: Aunque se empiece escribiendo para vivir, se termina escribiendo para no morir, para aplazar la muerte, para alejar a esa amiga muy cercana de todo mexicano que nosotros llamamos la Catrina, la Pelona, la Calaca, la Tía de las...

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