Casa llena, casa vacía

La casa está llena, la casa está vacía. El domingo pasado, en Barquisimeto hubo éxtasis y delirio en el Lara-Caracas, respaldo indeclinable por un equipo que ha dejado bien a todo el mundo y por esta razón, entre otras muchas, fueron 30.000 incondicionales al encuentro con sus sentimientos. Un día antes, decepción sabatina, pues el estadio de Maturín, una desmesura y una exageración, fue un cementerio de almas en pena. La cámara de televisión trataba de disimular el desconcierto, pero no había manera. Una soledad de miedo, un vacío desolador era el panorama. ¿Cuántos había? ¿Cuántas fueron a ver el Monagas-Carabobo? ¿800, 1.000, 1.200? No sabemos, quién podría saberlo, si esto de la afición desbordada es una moda, un llevar los tiempos que se viven, o de verdad es algo que crece en las entrañas de la gente, una pasión que es de allá adentro. Por eso hay que poner mucha atención a las diferencias, a los pormayores y pormenores como los de Barquisimeto y Maturín. Ha quedado claro que en Lara hay gente para llenar el estadio, y que el Monagas se debe hacer una revisión, porque la inmensidad demencial de su recinto no va acorde con el fútbol venezolano... Entretanto, en San Cristóbal hay lágrimas de rabia. Un dolor por que su equipo, en un tiempo fortaleza inexpugnable, hoy está sufriendo horas bajas. Por eso solo 2.800, con la fe veterana, se molestaron en mostrar su incondicionalidad con el Carrusel Aurinegro, hoy más negro que áureo, y aquella soledad se veía más devastada que la del propio Maturín, tal es la tradición del estadio de Pueblo Nuevo. Por las calles de San Cristóbal hay ese vacío, ese acantilado abajo, ese sufrir de lo que ahora está lejano. Entonces, nada como San Cristóbal para medir cómo va un equipo en el fútbol venezolano: si el equipo está bien, si...

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