Catálogos

Antes de Gütenberg ya circulaban catálogos por Europa: listas, a menudo elaboradas con preciosismo, de bienes propiedad de señores muy ricos: armas y armaduras, objetos de plata y de otros materiales, piezas de vajilla, collares y anillos, espejos labrados con devoción y, a veces, algunas pinturas con imágenes religiosas. Los catálogos lo eran de propiedades, comprobaciones de la riqueza y el poderío. La aparición de la imprenta potenció la necesidad de catalogar. Hasta el siglo XVII se usan los catálogos para controlar las propiedades. Son listas cuyo objetivo es conservar lo que se tiene o establecer el valor real de cada fortuna. Con el surgimiento de los museos en Europa, los catálogos se especializan. Describen las obras. Medidas, soportes, materiales y otros detalles, enriquecen sus contenidos. En la Francia del XVII, algunas de las damas promotoras de los salones donde la conversación hierve a diario, se interesan por el catálogo de propiedades de los hombres muy ricos, porque es una manera de cono cer sus gustos y su opinión de la vida. Ya en el siglo XIX los catálogos son un elemento consolidado de la institución museística: facilitan la gestión administrativa y científica de los grandes museos. A lo largo del camino hacia el siglo XX, al catálogo se lo dota de funcionalidad, de utilidad en el sentido de beneficio público. Lentamente adquiere la dimensión simbólica y utilitaria que se le atribuye hoy: portador de conocimientos sobre el arte; agente capaz de orientar al visitante de una exposición; factor necesario para la difusión de la obra del artista; depositario de una memoria cuyo destino debe ser el de alimentar la historia del arte. Constancia de un momen to visual y creativo, el propio catálogo ha adquirido categoría de objeto de arte. Su elaboración se...

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