El cautiverio elegido

En esa anarquía hay una serenidad que no es pasajera. En esa habitación revuelta hay una modorra. Entre una sacudida de papeles, la arbitrariedad de los estantes y un closet sin puertas con percheros de ropa que cuelga cansada está ese cuarto como búnker del escultor Cristóbal Ochoa.Haber elegido esta carrera me hace ser libre. A la hora de crear no tengo reglas.A la hora de vivir tampo co tengo ninguna, asoma su veredicto personal el ar tista con ese verbo manso y acompasado. Por la venta na de su cuarto entra la in candescencia que se desvanece perezosa y que flota como helio entre el caos. Y allí, el hombre a veces huraño, en su propio encierro, consigue la calma, el sosiego, la paz. Me gusta la soledad. Soy un hombre muy solitario.Una mesa de plástico en la que están unas hojas de sketchbook y unos dibujos en tinta, una mancuerna es el freno de la puerta, el casco de su moto en la confusión desbordante de su armario. Unas copas art déco en el estante, una máscara de lucha libre mexicana más allá, un ticket de Pantone rosa número 9241 pegado cerca del interruptor de la luz.Yo tengo poco sentido de pertenencia y del espacio, por eso todo termina en el desorden y en el descuido, confiesa en sensatez. Pero en ese desconcierto, en ese aparente sin sentido, están algunos recuerdos.Tengo la necesidad de coleccionar, de ir encontrando objetos con una historia, una estética, una anécdota. Esos que habitan la soledad de sus días en cautiverio.Desde las paredes de su cuar to se asoman partes de sus obras en tinta y algunas esculturas en pequeños formatos, así como otras que descansan en la repisa y en la mesa contigua...

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