Chávez o muerte

Lo inimaginable ocurrió. Hace tres semanas, Hugo Chávez se quitó su disfraz de go bernante medio democrático. La primera parte de la transformación tuvo lugar en su programa Aló, Presidente, cuando advirtió que ni el pueblo ni las Fuerzas Armadas permitirían que la burguesía apátrida y el imperialismo ganasen la elección presidencial de 2012. En el supuesto de que ese imposible ocurriera, anunció, en Venezuela estallaría una revolución violenta. Esta amenaza de hundir al país en un baño de sangre fue en verdad su manera de decirnos lo que es evidente para todos menos para los espíritus más ingenuos o más comprometidos con alguna enigmática carambola por varias bandas: que él está resuelto a llegar hasta donde sea necesario para imponernos su proyecto de reproducir en Venezuela, con la coartada del socialismo, el modelo totalitario cubano. La segunda parte de esta la mentable historia de suplantaciones la disparó su orden al general Henry Rangel Silva, ex capitán golpista del 4 de febrero y en la actualidad jefe del Comando Estratégico Operacional, es decir, el hombre que tiene en sus manos las llaves decisivas del Plan República y del Plan Ávila, a meter el dedo hasta lo más hondo de la llaga. ¡Y vaya que metió el dedo! Recurriendo al anacrónico concepto fascista de Norberto Ceresole sobre la unidad indisoluble de un pueblo, un ejército y un líder, Rangel Silva sostuvo que la Fuerza Armada Bolivariana está casada con Chávez, no a medias, como puede que crean o deseen unos pocos, sino en todo, de modo que si en diciembre de 2012 se produce en efecto el traspiés electoral que Chávez acababa de caracterizar como un evento imposible, y el candidato de la oposición fuera elegido, las tropas a su mando y el pueblo se encargarían de rectificar este disparate histórico con las armas en la mano. En definitiva, y Chávez lo ha repetido hasta la saciedad, la oposición tiene todo el derecho del mundo de seguir soñando, pero nada más. Jamás de los jamases podrá desplazar al pueblo ni a la revolución del poder. O sea, que pase lo que pase, y gane quien gane en diciembre de 2012, por las buenas o por las malas, Chávez aspira a quedarse en Miraflores hasta el fin de los siglos. Para sorpresa de muchos, esta insolencia tampoco produjo una reacción opositora medianamente vigorosa. Un par de inevitables saludos institucionales a la...

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