Cien escritores amurallados

No sé si son cien realmente. Es inútil contarlos. Vistos desde un helicóptero podrían ser más. Súmenle editores, parejas, discípulos. La ciudad antigua de Cartagena, abrazada por una muralla de once kilómetros, recibe a escritores de veinticinco distintas partes del mundo invitados por el Hay Festival 2013. Dentro de esa muralla habita toda la belleza residual del colonialismo del siglo XVI. Una belleza que encandila. Las calles están repletas de gente con parsimonia, sombrero y sol en el ánimo. Infinidad de restaurantes y cafés al aire libre prueban que allí la vida transcurre con talante de tertulia caribeña. Hay una permanente sospecha de música en el ambiente. Allí, el peatón ha triunfado. Y lo mejor: la literatura, por cuatro días, es la gran protagonista. *** El hotel Santa Clara, un viejo convento trocado en imponente hospedaje, bulle de excitación. El lobby congrega a los invitados, desde donde salen disparados a los foros y cocteles que la agenda marca. Si te demoras ronroneando el hielo de algún trago puedes perderte un coloquio con David Grossman, Jon Lee Anderson o Juan Gabriel Vásquez. Por allí anda Fernando Savater exhibiendo una sonrisa sospechosa. Vargas Llosa, dicen, está chapoteando en la piscina. Herta Müller, más allá, parece una evanescencia a pesar de su premio Nobel. El ex presidente Belisario Bentancur recibe, cada cinco minutos, la visita de algún escritor a su mesa. Vasco Szinetar y Daniel Mordzinski son los paparazzi oficiales del festival y llevan a fotografiar a los escritores a la misma pared terracota, sin saber que están repitiendo al otro. La ciudad está tomada por aquellos que excavan historias en la página en blanco. *** Hay almuerzos que se recuerdan por detalles poco gastronómi cos. En Club de Pesca, plácido restaurante a orillas de una marina, la editorial Planeta organizó un encuentro con varios autores. Me toca compartir mesa con la poeta nicaragüense Gioconda Belli, el narrador cubano Leonardo Padura, el editor Sergio Vilela y un cálido etcétera. De pronto, el nombre de Venezuela salpica la mesa con el tema ineludible: el presidente Chávez y el misterio de su enfermedad. Para mi asombro nadie le requiere información a los únicos dos venezolanos presentes en la mesa, Mariaca Semprún y yo, sino a los dos cubanos: Leonardo Padura y su esposa. Padura es cauto, apenas suelta frases como: Sí, está vivo o él quiere morirse en su país. Mariaca y yo hacemos aspavientos con las manos, enfatizamos nuestro...

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