Circo de invierno

El poeta Edgar Allan Poe tuvo que superar varias campañas póstumas de desprestigio en Estados Unidos antes de sobrevivir siglo y medio en las arenas movedizas de la posteridad. Pero después, ni el tsunami del analfabetismo televisivo ni la estampida del libro de imprenta hacia la red han logrado borrarlo del mapa. Para resistir, el autor, transfigurado en personaje, y la obra, en fuente de inspiración, han contado a menudo con la complicidad de la ficción literaria, el cómic y, más allá, el cartón piedra y el celuloide. Si en los años sesenta el director y productor estadounidense Roger Corman se unió a la lista de quienes a partir de Charles Baudelaire mantuvieron viva la leyenda del cuentista, uno de sus colaboradores de entonces ha vuelto a traerlo a la pantalla, el veterano Francis Ford Coppola. El inolvidable Corman, que adaptó a la pantalla su más famoso poema y un número importante de cuentos del bostoniano maldito, se forjó en Hollywood la reputación de insuperable administrador de bajos presupuestos a la sombra de Poe. Derrochador vertiginoso, cuando en plena juventud se impuso con El padrino, Coppola debió recordar, a la edad del retiro y un tanto escarmentado, el ejemplo del maestro que mantuvo vigente la obra del autor de La máscara de la muerte roja en las salas oscuras hace medio siglo. Pues el discípulo, sumando el abaratamiento aportado por las nuevas tecnologías a ciertos oxidados trucos de filmación, lo ha vuelto a rescatar por ajustada cuenta propia en Twixt, un largometraje fantástico con el que se da gusto y se confiesa con la sinceridad de un muchacho recién egresado de las aulas de la escuela de cine. El joven Coppola llegó a la cima con películas que requerían inversiones sólo al alcance de los grandes estudios californianos y que en el caso de Apocalipis ahora, que costó 31 millo nes de dólares de la época y en la que el cineasta se vio obligado a jugarse lo que tenía y lo demás también, lo dejó en la bancarrota. Limitado de fondos en sus tres últimas cintas, incluida ésta que se estrenó en París el mes pasado, el resabido y canoso enfant terrible de antaño ha optado por financiarlas con el producto de la vitivinicultura y la hotelería, actividades en las que se ha reciclado con buena suerte. Roger Corman, que era capaz de realizar dos películas con el presupuesto de una sola, y sacarle doble provecho a Boris Karloff, Peter Lorre y Vincent Price como ocurrió con El cuervo en 1963, le debe haber servido de modelo y...

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