Cisneros en el MOMA

Uno de los sitios más conmovedoramente placenteros de la humanidad es la colección Frick de Nueva York. Henry Clay Frick, capitán de industrias y magnate capitalista, se empeñó en que su fortuna se destinara a comprar grandes cuadros en Europa para su residencia, luego transformada en museo. Frick tenía un peculiar sentido del humor al ironizar sobre aquel pasaje del Nuevo Testamento sobre que era más fácil que un camello entrara por el ojo de una aguja, que un rico lo hiciera al reino de los cielos, al decir que si a los ricos les costaba, cómo sería para los pobres.Frick no tuvo que trajinar a nadie para que le escribiera una biografía y, con una devoción invencible, se dedicó a adquirir lienzos para sus paredes, entre los que destacan los Holbein que retratan a Moro y Thomas Cronwell, dos enemigos con una historia de destrucción y a quienes Henry Clay dispuso que se contemplaran. Solo por admirar el terciopelo vinotinto del autor de Utopía y patrono de los políticos, el luego santo Tomás Moro, merece la pena otorgarse una tarde ante a esa chimenea presidida por un San Gerónimo del Greco.Una de las magias de Ciudad Bolívar es el Museo Soto, donde el maestro guayanés resumió el amor y el homenaje por la ciudad que lo vio nacer. A esta institución acomodó sus obras propias y sus Albers, Richter, Poliakof , Kandinsky o Tinguely para que abstractos y constructivistas residieran a la orilla del Orinoco. Igual sucede con el Museo Botero, en Bogotá...

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