Ciudadano Edwards

No se muere un mag-nate de los medios todos los días. Menos uno latinoame ricano. Cuando apareció la noticia de la muerte de Agustín Iván Edmundo Edwards Eastman en Chile, a los 89 años, reviví las imágenes de Ciudadano Kane. Es la notable descripción de un hombre rico al que no le importa el dinero, sino ser querido y tener poder.No creo que al morir el chi leno haya mencionado la palabra Rosebud. Pero si había un magnate de los medios en nuestro continente que merecía los ecos megalomaníacos de Charles Foster Kane, era nada menos que Agustín Edwards Eastman, propietario del centenario El Mercurio, el más influyente de Chile. El hombre que criaba faisanes y los bautizaba con nombres de la realeza británica.Con su muerte se cierra una historia que algún biógrafo tendrá que asumir como reto y desafío. El escribidor que se le mida a este heredero de sangre azul tiene que haber cerrado los ojos en medio de una enorme soledad deberá ser capaz de narrar la complejidad que lo definía como mito.Fue el pater familias que defendió la pureza de sangre de los caballos chilenos; el excéntrico que se jactaba de su biblia Gutenberg original; el botánico que poseía 10 yates estacionados en diferentes puertos del mundo; el potentado que conspiró desde su biblioteca privada contra los argentinos en la guerra de Las Malvinas; el señor que escuchaba música clásica todo el día; el quinto Agustín de su familia desde el siglo XIX.Agustín Edwards Eastman hubiera podido refrendar el telegrama que envió otro magnate célebre, William Randolph Hearst, a un dibujante que era escéptico respecto a la posibilidad de que Estados Unidos le declarara la guerra a España 1898. Usted facilite las ilustraciones que yo pondré la guerra.Documentos desclasificados del gobierno de Estados Unidos establecen que Edwards Eastman les solicitó al presidente Richard Nixon, y al director de la CIA, Richard Hellms, que apoyaran un golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende.El Mercurio, según documen tos de Peter Kornbluh el mayor...

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