Los códigos del regateo en Marrakech

Marrakech En una de las callejuelas del zoco de Marrakech hay un tenso sobresalto. Un hombre que traslada ?a buen brazo? una carretilla llena de cajas, otro que mueve sobre un burro una pila de espirales de alfombras, y una mujer en moto ataviada con una burka se enredan en los adoquines de ese laberinto de mercaderes. En su vorágine de turistas y locales, que van y vienen, hacen difícil el paso. Luego de que el pequeño desorden se diluye sin contratiempos, vuelvo mi atención al bolso de piel de camello por el que estaba preguntando. El dueño del local tiene ya la calculadora en la mano. Me dice en español ?en Marrakech casi todos hablan castellano? el precio. Le refuto, le digo que está muy caro. Me invita a pasar dentro de su tienda a tomar un té de menta, para convencerme. Teclea unos números y me enseña sonriente y con ojos de picardía su nueva cifra. Le digo que volveré luego. Me incita a que yo le ponga el precio. Le pasa la mecha de un yesquero al bolso para asegurarme que es piel legítima. Me repite que le dé mi oferta. Vuelvo a decirle que no sé, y se molesta con algarabía. Los vendedores del zoco siempre invitarán al cliente a hacer sus ofertas por las piezas que venden, eso lo supe después. El señor toma aire y, muy amable, me dice que le pague 55 euros. Me resisto y le cuento que debo seguir, que pasaré más tarde. No me suelta. Mueve los dedos en la calculadora y me lo deja en 40 euros. Le digo que sólo tengo 30 euros y se ofende y revolotea las manos. Deja escapar unas palabras en marroquí que no entiendo. Justo cuando estoy por abandonar el local acepta mi proposición. Me voy con un bolso de piel por 30 euros que inicialmente quería venderme en 90. Cuando salgo del local los dueños de los otros negocios, apostados al frente con la vivacidad genuina de su gentilicio, me invitan a pasar con encantadora voracidad. Es difícil no detenerse ante sus maravillas. Pero si me dejo seducir por cada uno de ellos puedo caer en una emboscada de vendedores que sacan calculadoras, invitan a tomar té y retan en juegos de palabras a colocarle los precios a sus mercancías. Hay unos códigos del regateo que se entienden después de unos días en la llamada "ciudad roja". Si no me resisto y muestro poca voluntad para decir que no, puedo perder un día completo escuchando a los mercaderes y la dialéctica de sus artimañas para venderme lo que sea. Es difícil abstenerse porque todo lo que exhiben imanta la curiosidad de cualquiera, pero hay que tener la...

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