La comida como problema político y militar

La foto es apenas una referencia. Muestra un galpón o, mejor, un corralón techado con zinc, que por el color de la pared debe pertenecer a un establecimiento militar: un beige verdoso en dos tonos. Al fondo está la silueta de una mujer vestida de soldado, con una pistola a la cintura. Es la que cuida los presos, todos deteni dos en los disturbios y saqueos ocurridos en Cumaná. La mayoría son hombres relativamente jóvenes. En primer plano, aparecen unas muchachas que se tapan el rostro con los brazos.Todos están sentados en el pi so. Pegados uno del otro, en filas de diez, y son más de veinte las filas que se distinguen en el fotograma. Solo uno ríe, habla con el de al lado y se ve que no estaba atento a la cámara sino a la conversación en el momento del clic. Los demás están apenados, tristes, sorprendidos. Dos no tienen camisa. Se desconoce cuánto tiempo llevan ahí ni qué hacían cuando las fuerzas del orden los aprehendieron.Son ciudadanos privados de libertad en la jerga del régimen. No tienen otra opción que esperar que alguien los rescate o les sirva de garante, pero eso no ocurre todavía. Están buscando a los cabecillas, a los instigadores, a los que lideraron las protestas y azuzaron a los que estaban molestos por haber hecho colas desde la madrugada y que a las 9:00, seis horas después, les dijeron que no había nada que comprar, que los camiones con los productos de primera necesidad no habían llegado, que se habían accidentado en la carretera y los habían saqueado, que los habían desviado al consejo comunal. También alguien oyó decir que...

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