La compasión

Nada que ver con lástima, mucho menos con intransigentes, lo mismo judíos ortodoxos, católicos del Opus Dei, musulmanes fanáticos o practicantes afines de otras religiones, humildes santos que tantas veces lo son de la boca para fuera y en su vida diaria ejercen como oficiantes de la máxima crueldad en todas sus variantes. Se dan golpes de pecho y lloran suplicantes mientras rezan en sus templos y al salir son politicastros en el sentido total que tiene esta palabra en la actual Venezuela. Sí, amigo lector, ordenan la prisión o muerte lenta de sus adversarios ideológicos y/o víctimas de un odio personal, niegan el perdón y hasta la posibilidad de un beso sinceramente fraterno a quienes lo piden por haber analizado sus errores cometidos en momentos pasionales y por eso ruegan la posibilidad de convertir el rencor en amistad no condicional. Nada. Los santurrones se sirven del resentimiento y el desprecio como herramientas de beneficio inmediato. A veces, improvisados, simulan sus perversiones en forma opuesta y metódica; por ejemplo, el adicto al sexo con infantes y púberes se vuelve maestro y hasta ministro que pretende modelar buenas conductas en sus oyentes, o el ignorante vengador cobarde usa su enferma compulsión comandando un país represivo, ilegalmente criminalizado. No hay que oírlos, hay que fusilarlos, gritó el heroico y todavía emblemático Che Guevara, modelo para criaturas siglo XXI. En hebreo antiguo y moderno, mucho del ara meo que hablaron Abraham, Moisés, Jesús otros personajes bíblicos, compasión es rajmanot, y ni siquiera se relaciona con caridad cotidiana ni con la hermosa Pietá, artísticamente famosa. Se trata de una condición especial de los apasionados, precisamente aquellos que en ocasiones o de por vida tienen la sagrada, divina posibilidad de ser auténticos, intensos hasta comprender-se-te-noslos, la capacidad...

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