Sobre condenas

Hay quien en estos trances se ensaña contra todo, contra el sentido mismo, como si nada pudiera salvarse, como si la condena fuese el mejor de los reme dios. Está en nuestras venas de pensamiento situarse en un pesimismo radical, que en diferentes épocas hemos tenido. ¿Quién podía pensar en futuros alternos en tiempos de Independencia o de Guerra Federal o de férrea dictadura gomecista? Todo invitaba a la debacle, al callejón sin salida. Si el presente es corrosivo y todo lo permea, ¿quién puede pensar en alumbramientos? Lo normal es dejarse llevar por la corriente y sumarse a la corte de los mendicantes. Repito: es un reflejo de los tiempos malos pensar mal o desacertadamente. No todos tienen la clarividencia para sobreponerse al diario acoso de los males y pensar en reservas morales o en licores que se añejan en el inconsciente colectivo. Hay un pensamiento o unas corrientes de opi nión que acompañan la posible renovación de los tiempos en nuestro horizonte político. Es un esfuerzo que no debería condenarse, sobre todo cuando el yugo es férreo y requiere de todas las fuerzas sociales para erradicarlo. Lo mínimo que se le podría pedir a esa tendencia es no pecar de falso optimismo, preservar el espíritu crítico, no condescender por condescender, mantener la condición vigilante que todo pensamiento moderno debe tener, o que toda posición intelectual debe ejercer, de cara a cualquier forma de poder. El oficio del crítico es la crítica, y no la complacencia o los adornos, ni siquiera los de Navidad, tan recurrentes hacia este fin del año. Hasta allí, digamos, la vigilancia que esta co rriente de opinión debería tener consigo misma: la de evitar los extremos, los excesos, la tentación de aupar por aupar. Pero hay quien arropado con todo el arsenal crítico del que podemos disponer en nuestra tradición, sobre todo desde el flanco académico, embiste contra los pobres opinadores de oficio y...

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