La placidez se conquista en la Patagonia

El paso de los caballos alborota levemente las cenizas y las espolvorea en las fugas de luz, unos pequeños abismos de claridad que el sol abre con desgano desde lo alto del bosque, entre el espeso follaje del cerro Belvedere en Villa La Angostura. Esas cenizas son las que, en un gran estornudo, arrojó el volcán chileno Puyehue durante meses y lo cubrió todo, y ya de eso hace más de un año. Aquella nevada gris que caía liviana y tenue se sedimentó lentamente y a la distancia, en La Patagonia argentina se volvió arenales en los terrenos llanos y desérticos, grumos como nevisca en las ramas de los árboles y orilla de piedritas pómez en el canto de los lagos. Desde su profundidad el ce rro Belvedere ampara con su verdor. Cada tanto, Santo, el guía de la cabalgata, indio nativo de El Bolsón, con sus áridos ojos negros, mirada adusta, pero noble, voltea después de tirar las riendas de su caballo para ver que todos sigan tras él. Por ese camino fresco y abigarrado de troncos enormes, raigambre de los indios mapuches, unos perros salvajes e inofensivos corretean afanosos junto a la marcha de los caballos cerro arriba. El rústico y pausado paseo por ese sendero es sobrecogedor y se vuelve serenidad, paz y olvido. Es avasallador cada vez que se va más bosque adentro. Poco más de una hora de cabalgata y hay que hacer una parada y bajar de los caballos en el mirador Belvedere. Allí, en el arrobo y la fascinación, el lago Nahuel Huapi en su vastedad. La respiración que aún no se amansa por el galope se desgasta en suspiros. Santo saca de su mochila un pocillo, un termo de agua caliente y prepara al instante mate para compartir, después de haber repartido unos trozos de las típicas tortas fritas argentinas. Es fácil no recordar en ese momento que hay que montar los caballos y volver. Geografía magnánima. En su inmensidad el lago de los siete brazos, como también se le llama al Nahuel Huapi, Parque Nacional y Patrimonio Natural de la Humanidad según la Unesco, se asoma en algún recodo del camino, siempre custodiado por picos nevados. El horizonte es como una acuarela. El hambre agolpa y en esa cabaña de la avenida 7 Lagos que es el restaurante Chop Chop, Eduardo Fernández atiende a los que llegan como en el comedor de su casa. Allí, ofrece carne de cordero patagónico hecha a la parrilla al calor encendido del carbón y la leña aromática que viene de La Pampa. Las parrillas las hacemos a la vista, en el salón. Los corderos de la Patagonia que ofrecemos son...

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