Conservatismo en la cúpula

La reducción de nueve a siete del número de líderes que llevarán sobre sus hombros el serio mandato de conducir el mayor conglomerado humano del planeta envía, de entrada, un mensaje positivo sobre los deseos de la cúpula comunista de imprimirle más eficiencia al proceso de toma de decisiones en el nuevo Gobierno. Lo que no es tan auspicioso, al menos para quienes esperan presenciar un cambio significativo en la administración de los asuntos estatales, es el perfil de los hombres que fueron seleccionados para la tarea. La vaguedad del discurso pronunciado por Xi Jinping a la hora de su designación es antológica: un vago propósito de mejorar la vida de las gentes como primera prioridad nacional no genera la menor emoción ni en el imperio del medio ni en otros recodos del planeta. Es que comenzando por Xi, el nuevo presidente del PC, hasta el último de los siete ungidos con el poder, el rasgo más notorio es el conservatismo. Particularmente en el campo de las reformas económicas que son indispensables para reacomodar China sobre los rieles del progreso. Afrontando una desaceleración del crecimiento, que en 2012 mostrará la tasa más baja de la última década Âpor debajo de 8%-, las medidas económicas que habría que poner en marcha para devolverle el dinamismo resultan ser heroicas. Son demasiado cautelosos estos siete jinetes para intentar los cambios económicos o desarrollar los virajes políticos radicales que el país requiere y que la sociedad reclama con insistencia. La fórmula ortodoxa para sacudirse la perniciosa desaceleración es en extremo simple: desbloquear el consumo, desregular el sistema financiero y reducir el avasallante poder de las empresas estatales. El único de los siete que tendría la adrenalina...

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