Como el corcho

El antojo es como el corcho: jamás se hunde. Pero a diferencia de este, tiene memoria. El antojo tiene más que ver con el deseo y las ganas, que con el lujo. El antojo se saborea, se muerde, paladea. Para sorpresa de los científicos investigadores del tema, banqueros, filósofos y políticos, se ubica entre pecho y espalda. Vive en el cerebro.Los memoriosos de la terce ra edad recuerdan el dólar a 4,30 y tienen marcas, sabores, envases, eslóganes vivos en la memoria. Hoy también eso pasa con los jóvenes. Que si al guna cosa tienen en este siglo, antojos son.I Sostenía el profesor Huteau, en su cátedra de la Sorbona, que los gobiernos entienden mal el tema del lujo. Lo confunden con una botella, con algo entre dos panes, cristales en la mesa, manteles. Un cumpleaños. Las fiestas de fin de año. Un obsequio al abuelo o a la mamá.Decía Huteau que el lujo es taba en otras partes. Especialmente en eso que se llama Estado. Este año por ejemplo recordaba no tenemos tizas de colores, los libros de texto cuestan más, los autores extranjeros ya por caros no se pueden leer, pero vendemos aviones de guerra y traficamos con misiles. Un cuaderno es un lujo, y un comedor universitario un gasto.Hay lujos pasajeros, y lujos que superan la inconsistencia de lo efímero. Antojo por estudiar, comer, sentarse a la mesa con la familia o con amigos...

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