Cota Mil, ¿cierre o apertura?

Uno ve a las personas en ropa ligera, deportiva. Suben por las avenidas principales: Maripérez. Los Mangos, La Castellana, Altamira, Sucre, Sanz. Parecen caminos de hormiga los domingos en la mañana, se desplazan a pie, en bici, en patineta, para ocupar un lugar que de lunes a sábado no les pertenece: la Cota Mil. Este eje urbano siempre ha sido territorio simbólico: se supone que marca el límite construido de la ciudad cota mil sobre el nivel del mar convirtiéndose en barrera para que las edificaciones no asciendan hacia el Ávila. Une con su trazo el este y el oeste de Caracas, por lo que constituye un mirador privilegiado de todo el escenario urbano. Con una suer te cada vez menos frecuente es el espacio de la fracasada utopía moderna caraqueña: contemplar la ciudad, convertida en postal, en murmullo, desde un veloz carro, al pie de la mole verde. Pero la verdad es que esa autopista pasa muchas horas convertida en estacionamiento, por una sencilla razón: hay demasiados carros y los conductores, de ñapa, no la entienden como un aparato colectivo que requiere el respeto de las normas, como por ejemplo no circular por el hombrillo, sino como una extensión de su medio individualizado de transporte. Así que esa feliz utopía estalla en angustia y desespero. La gente no termina de en tender que nuestra cultura de movilidad...

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