Creer para ver

La publicidad de Benetton, basada en fotomontajes en los que se ven con inquietante veracidad a fi guras de la política trabadas en un beso en la boca, pese a sus conocidas diferencias, no es mentira. Como no es mentira el ascenso a los cielos de Remedios la Bella en Cien años de soledad Gabriel García Márquez, 1967. Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerinas y trató de agarrarse de la sábana para no caer. En el instante en que Remedios la Bella empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios la Bella que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria. Esto no es falso, como podría serlo, pero tampoco es técnicamente verdad. Es ficción. Es arte. En el caso de la campaña Be sos Imposibles, de Benetton, las imágenes no son mentira, nunca se presentaron como verdad. Son una provocación, una audacia, un ardid publicitario, pero no mentira porque, aun cuando tengamos ante nosotros la evidencia de la caricia entre esos titanes de la malquerencia, sabemos que eso no ocurrió ni va a ocurrir. Al menos, no con los ojos tan tiernamente cerrados. Vemos y no creemos. Porque manejamos una información, porque tenemos una cierta conexión con la realidad, porque somos conscientes de que el fotomontaje existe desde hace unos cuantos años y que ha alcanzado altas cotas de eficiencia. Pero, sobre todo, porque no estamos dispuestos a dejarnos engatusar por el primero que venga a convencernos de que el Papa y el imán de El Cairo, Ahmed Mohamed, fueron sorprendidos en pleno lance romántico. Tampoco por el segundo ni el tercero somos dueños de lo que creemos, por convincente que sea el testimonio en...

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