Cristos

Quizá, ninguna de las obras de Unamuno pueda responder, como este incuestionable poema de poemarios, El Cristo de Velázquez 1920, a la idea de Julián Marías sobre el viaje de tensiones y aler tas, de honduras y verdades, de búsquedas y promesas, de logros satisfactorios y sentimientos efímeros que promedia la lectura de cada uno de los versos inquietantes de este libro: Entramos en la lectura de Unamuno con el ánimo tenso y alerta, al acecho de hondas y entrañables verdades; a cada instante nos parece hallar lo que vamos buscando, o al menos la promesa de su presencia inminente; tal vez ninguna página nos defrauda; pero al doblar la última del volumen sentimos que no lo hemos leído bien, que su contenido se escapa, que tal vez fuera menester volver a empezar. Recuento y evidencia de una mística en la visión escrituraria de la pintura: elipsis de la palabra en la mirada penitente de su exigencia velazquiana, epéntesis del cromo en el desgaste amoroso de la voz poética. Humana y agónica, la experiencia poetizada aposentada en el cuadro de don Diego, depone otra similar relativa al Cris to de las Claras de Palencia. De estructura tetrapartita, cada uno de los territorios verbales del poema va entresacando de la visión del pintor sevillano un sentimiento trágico de la vida que sólo el lirismo puede apaciguar en los alrededores de su esperanza. Sobrecogedor y palpitante, muestra incansable de una agonía que es tanto humana como divina humana por divina y que desarticula el axioma para producir otros de sobrecogedora mixtura: Humano, demasiado divino y divino, demasiado humano, como Cristo mismo. Cristo pintado por el escritor o Cristo escrito por el pintor, se implican ajenos a...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR