Cruce de espadas

Se habla a menudo del impulso de destrucción de la masa; es lo primero en ella que salta a la vista y se puede advertir que se encuentra en todas partes, en los países y las culturas más variadas. Si bien se trata de un hecho comprobable que se desaprueba, jamás se explica satisfactoriamente.Preferiblemente la masa des truye casas y cosas. Ya que muchas veces se trata de objetos frágiles como cristales, espejos, jarrones, cuadros, vajilla, se tiende a creer que sería justamente esta fragilidad de las cosas lo que incita a la masa a la destrucción. Bien es verdad que el ruido que produce la destrucción, el fragor de la vajilla o el de los escaparates hechos añicos, contribuye en buena medida a su encanto: son los vigorosos vagidos de una nueva criatura, los gritos de un recién nacido.Que sea tan fácil provocarlos aumenta su popularidad; todo grita al unísono y el tintinear es el aplauso de las cosas. Una particular necesidad de este tipo de estruendo parece existir al comienzo de los acontecimientos, cuando la masa está todavía compuesta por un número reducido de elementos y cuando no ha sucedido aún casi nada.El rumor promete el anhelado refuerzo y es un feliz presagio de lo que ocurrirá a continuación.Pero sería erróneo creer que la facilidad de romper objetos es el hecho decisivo. Se ha comenzado con esculturas de dura piedra y no se ha cejado hasta dejarlas mutiladas e irreconocibles. Los cristianos destruyeron las cabezas y los brazos de dioses griegos. Reformadores y revolucionarios hicieron bajar de su pedestal las imágenes de los santos, a veces desde alturas consideradas como un peligro mortal, y más de una vez la piedra que se procuraba triturar era tan dura que no se conseguía destrozarla por completo.La destrucción de imágenes que representan algo es la destrucción de una jerarquía que ya no se reconoce. Se atacan...

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