Cuentos de cenizas

Cuando me toque, quiero ser incinerado, y si es posible, al esparcir mis cenizas, que me rocíen con un buen whisky, el último antes de mi reencarnación, porque yo, de que regreso, ¡regreso! Lástima que ese fatídico día no estarán mis mejores amigos, porque, con el favor de Dios, los habré enterrado e incinerado a todos.Incinerar se ha puesto de moda porque además de ser más económico que un entierro tradicional, se le evita a familiares y amigos la incómoda hipocresía de llevar al cementerio costosísimas fl ores o de pagarle a un obrero para lim piar la tumba y pulir el mármol, o peor aún, de reponer la cruz cada vez que se la roben.Cremar es económico y chic para despedirse del muerto, a menos que el deudo tenga la tétrica costumbre de guardar el porroncito con las cenizas en algún lugar de la casa.Conozco a un señor, a pun to de cenizas, que se casó hace más de 50 años con una poetisa boliviana. El matrimonio duró dos años. De esa unión nació un niño. Un día, ella decide ir a vivir a Suiza con su primogénito. Transcurridos más de 40 años, fallece. Y en el testamento pide que la cremen y esparzan sus cenizas en el lago Titicaca, en Bolivia.El hijo habló con su padre boliviano venezolano y le dijo que quería verlo en Caracas antes de ir a Bolivia a cumplir la última voluntad de su madre. Lo cierto es que este señor, a quien admiro y respeto, me pide que lo acompañe al aeropuerto a...

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