De cumbre en cumbre

Una cumbre más del montón. A pesar de la pretensión chavista de convertir esta reunión de Jefes de Estado y de Gobierno en un hito histórico en la historia de las relaciones de la región con Estados Unidos, el proyecto terminó en un insignificante encuentro más de mandatarios, con final sin pena ni gloria, idéntico al de las demás cumbres que Chávez aspiraba a renovar radicalmente. Tal como lo había advertido Raúl Castro al pisar tierra venezolana en el aeropuerto de Maiquetía, hacía falta bastante más que un nombre elocuente para hacer de esta cumbre un evento único y trascendente. Y a todas luces, a esta cumbre le faltó lo principal para llegar a ser lo que Hugo Chávez se proponía. La señal más clara de que las cosas no le iban a salir nada bien al anfitrión la brindó el presidente Felipe Calderón en su discurso inaugural, al proclamar que la Celac serviría para unir a la región en defensa de la democracia, de la paz y de la integración económica, repetición retórica de habituales discursos y declaraciones de buenas intenciones, pero que también serviría para cerrar la brecha entre el Norte y el Sur, afirmación novedosa que contradecía de manera muy ostensible el deseo chavista de armar en Caracas un instrumento capaz de alterar a fondo los...

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