Democracia sin apoyo

La diplomacia es por lo general gentil, dócil y paciente.

Siempre deja espacio para escuchar y también para disimular. Los funcionarios internacionales siempre abren las puertas en primer lugar a los agentes de los gobiernos porque en definitiva les garantizan sus salarios y los fondos para la supervivencia institucional.

Un ejemplo visible de esta realidad la hemos visto con la actuación de los secretarios generales de la OEA y Unasur. El primero, Insulza, de comprobada vocería a favor de los regímenes de su simpatía y en contra de la sociedad civil; y el segundo, siempre bailando al son de los gobiernos de turno, incluyendo el de su país, gobernado por militantes de su partido, el PSUV.

Entiéndase que estos personajes actúan como jefes sin alma ni solidaridad, respondiendo a los intereses de los gobiernos que los premiaron con cargos que les permiten el disfrute de jugosos salarios y otros beneficios de la burocracia internacional.

El gobierno bolivariano no tardó en comprender esta debilidad.

A lo largo de estos años ha logrado penetrar estos organismos no porque cuenten con una diplomacia que se sabe mover profesionalmente en las entrañas del sistema internacional, sino que aprendieron gracias a la pícara experiencia cubana y su aparato de propaganda con la imagen del Che Guevara a la cabeza. Hoy han logrado que las instancias internacionales hagan la vista gorda ante los déficits democráticos, económicos y sociales de los gobiernos del Alba.

De allí el cínico reconocimiento de la Unesco cuando declara a Venezuela libre de analfabetismo o a la FAO, que premia a Venezuela por superar metas del milenio sobre la base de chimbas estadísticas oficiales. Igualmente duele el silencio...

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