El designado

Toda esta semana Oswaldo Guillén ha sido el tema de conversasión. Sin embargo, más allá de tomar una posición sobre si el manager de los Marlins de Miami hizo bien o no en exponer su posición con respecto a Fidel Castro, líder del gobierno de Cuba, está el hecho de que el venezolano desnudó una realidad que toca todos los ámbitos de la vida: cuando se es una figura pública, como ocurre en este caso, hay que medir lo que se dice, sobre todo si hay intereses económicos de por medio. Guillén había sido por años, al menos en los últimos dos como mínimo, el objeto del deseo de la gerencia del ahora equipo de Miami. Su peculiar personalidad, más allá de ser latino, eran el gancho perfecto para finalmente conectar a la divisa con la ciudad, una urbe que no hacía suya a la franquicia, pues más allá de la lejanía del estadio con respecto al centro de la metrópoli, tampoco tenía una figura que arrastrase a las masas y les hiciera olvidar que debían recorrer grandes distancías para ver un juego. Con la excusa del estreno de un nuevo estadio, uno sumamente moderno según se ha podido apreciar en los partidos que se han televisado y como describió el periodista Ignacio Serrano en su más reciente viaje para cubrir el Opening Day, el alto mando emprendió una campaña para mejorar la imagen del equipo y más allá de contratar a José Reyes, traer a Carlos Zambrano y a Mark Buehrle, entre otros, para darle un matiz más competitivo al club, estuvo el hecho de haberle entregado a Guillén las riendas de este proyecto. En un principio todo estaba saliendo a la perfección, el parque logró concurridas asistencias, los patrocinantes no se hicieron esperar y únicamente había que aguardar por los triunfos en la naciente temporada para ponerle la guinda a ese pastel que empezó a prepararse hace unos meses con la contratación del otrora manager de los Medias Blancas. No obstante, las...

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