Deslave de sombras sobre Reverón

El carro se accidentó. Sencillamente se accidentó. Reportero, fotógrafo y com pañía se quedaron varados a medio camino entre Caracas y Macuto. Hubo que esperar la grúa, cooperar con el guardia nacional que se había detenido a prestar auxilio y luego resolver cómo seguir adelante. Echarse atrás, jamás. Cuando se toma la decisión de ir hacia el desastre, hay que sortear hasta los más bravos obstáculos porque devolverse complicaría más las cosas. Sobre todo cuando se quiere acercarse a él para verlo y decirse a sí mismo: No puedo con esto porque me sobrepasa. Por lo demás, el Castillete de Armando Reverón siempre fue un lugar de peregrinaje y, a pesar de que en la actualidad es una ruina, todavía hay que pagar un tributo para llegar allí. Esa mañana el tributo fue aceptar ser echado a un lado de la autopista y quedarse un rato abandonado tragando hollín y polvo. Mejor así. Peor hubiese si do llegar a Macuto con el ánimo ligero por haber tenido un buen viaje. Hubiese sido más difícil ver de frente esa enorme miseria, pisar ese terreno muerto donde el deslave de Vargas no había ocurrido 11 años atrás sino el día anterior, o esa madrugada, o hacía apenas una hora, o tal vez la verdad era que las piedras y el lodo estaban corriendo montaña abajo hacia el mar en ese mismo instante en el que los reporteros se pararon sobre el descampado, y lo que veían no era la consecuencia de una desgracia, sino la desgracia en vivo, la tierra siendo arrasada por los arañazos de una fuerza mayor embravecida. Juan Padilla estaba arriba, al fondo, en el primer piso de lo que queda de un edificio que se construyó a comienzos de la década de los años noventa en el traspatio del Castillete para hacer pequeñas exposiciones. Desde allí observó a los recién llegados como quien está acostumbrado a mirar fantasmas, sin susto, y siguió haciendo sus cosas. El resplandor del sol no permitía detallar en qué andaba el hombre, pero parecía estar dándole de comer a unos niños. Estaba tan en lo suyo que ni se molestó en preguntarles a los intrusos qué hacían en lo que se supone que hoy es su casa, a juzgar por la manera como se han dispuesto los muebles en la edificación en ruinas. --¡Señor, buenos días! So mos periodistas, ¿podemos conversar? --Bueno... Diga. Padilla suspendió lo que es taba haciendo y se asomó para responder las preguntas que le llegaban desde abajo. Desde esa altura pero sin dar muestras de altivez, de rostro triste y ligeramente divagante en la manera de...

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