El deterioro

Muchos venezolanos se acostumbran a no percibir el deterioro permanente de su entorno. Se observa la falta de mantenimiento sin percatarse de la gravedad.

Se genera una suerte de inercia en la que se convive con un hábitat maltratado sin que ello genere angustia al ciudadano afectado. La mayoría de los turistas extranjeros, especialmente los que nos visitan de otras metrópolis, incluyendo latinoamericanas, notan con facilidad y asombro el estado de abandono en que se encuentran nuestras ciudades, incluyendo nuestra capital.

La Venezuela cotidiana es un desastre. Su infraestructura en general deja mucho que desear y aquella que en otros tiempos fue admirada por su modernidad e impacto arquitectónico hoy forma parte de un país que pareciera que recién se recupera de una guerra. Este retroceso evidente en ciudades, pueblo y campo se debe a varias razones. Falta de mantenimiento, la más obvia. Deterioro por el pasar de los años y escasez de nuevas construcciones. Descuido e improvisación, y sobre todo, por la falta de planificación, que convierte la mayoría de la infraestructura del país en una suerte de trazos de concreto que le quedan pequeños a las necesidades de nuestras urbes.

Pensemos en la autopista Francisco Fajardo, que dejó de ser hace años una vía rápida para convertirse en una masa de hierro en lento movimiento. La autopista a La Guaira está a punto de cumplir 60 años y aun sigue siendo la principal vía para comunicarnos con nuestro principal aeropuerto y puerto. La Autopista Regional del Centro dejó de unirnos con Valencia y otras ciudades para desunirnos. No olvidemos el aeropuerto de Maiquetía con instalaciones que distan de los modernos y sofisticados terminales...

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