La devoción y la sangre

Hace diez años yo todavía vivía en México. Gioconda y Txomin estaban de visita en casa. Iban a salir a Tepoztlan y, de pronto, los detuvo el humo en el televisor. Como a muchos, al principio, las imágenes nos resultaron increíbles. Un avión enterrando su nariz en un rascacielos del sur de Manhattan era algo más que una falla mecánica, que un desorden de luces en un tablero de control de mando. El segundo avión constató que no se trataba de un accidente. Lo más parecido al fin del mundo estaba ocurriendo. En vivo y en directo. El espectáculo del Apocalipsis tenía ya sus primeras imágenes propias. ¿Cuántas horas pasamos los seres humanos, desde cualquier latitud y en cualquier idioma, pegados a una pantalla, siguiendo segundo a segundo ese relato de suspenso y horror? Contra todo pronóstico, el atentado en las Torres Gemelas se escapaba de cualquier referente fílmico y construía su género particular. El desconcierto formaba parte de la angustia. Quizás ningún guión habría tomado en cuenta tanta perplejidad. El derrumbe definitivo de los dos edificios ocurrió con la misma sorpresa y rapidez. Ningún artificio técnico podía llevar más allá lo que ya había sucedido. Ni las repeticiones ni la cámara lenta podían ofrecer más impacto que el que ya había decretado la contundente realidad. La historia no necesita efectos especiales para tener rating. En un mundo cada vez más propenso a escenarios apocalípticos, dominado por retóricas grandilocuentes y definitivas, el 11 de septiembre de 2001 se prestó rápidamente para convertir la especulación en un ejercicio profético. El abanico de posibilidades fue inmenso. Quienes pensaban, con todos sus matices, en la justicia voluntaria o involuntaria del crimen: Estados Unidos se buscó ese problema; quienes creían que el hecho legitimaba, desde ya, la venganza del país norteamericano e inauguraba los tiempos de una revancha sagrada; quienes sostenían que todo formaba parte de una gran mentira, que tras los sucesos sólo había una conspiración para iniciar una guerra santa en el planeta... El siglo XXI, desde temprano, apresuró su proceso de moralización de la realidad y de la política. El terrorismo santifica o sataniza todo lo que toca. Es poco o nada lo que pue de sumarse a lo dicho durante estos diez años. En un reportaje, publicado en El País, John Carlin realiza un viaje al 11 de...

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