Diario de un país

Soy una bala perdida. Vivo en el sector Los Encantos de la parroquia La Vega. Ayer le destrocé el pecho a Frenyer Blanco. Tenía 13 años y un guante de beisbol. Elijo niños que juegan en la calle. Madres lentas con su bolsa de mercado. Peatones desprevenidos. Busco el torso o el costado de una sonrisa. A veces me lanzo desde un auto en marcha, como una jabalina irresponsable. Soy la detonación sorpresiva. La calle final. Soy la estadística de la tristeza. *** Tres niños de 11 años conversan alrededor de unos chicken fin gers. Hablan de su preferencia por David Guetta por encima de Steve Aoki, Afrojack o cualquier otro DJ. Sin transición posible, uno de ellos comenta: ¿Sabes que ahorita ningún presidente nos gobierna?. El otro blande una papa frita envuelta en salsa barbecue y lo corrige: Claro que sí. El presidente de Venezuela es Fidel Castro. Ambos le dan un mordisco a su comida y acto seguido juegan a adivinar las edades de Messi y de Puyol. *** Soy un país millonario. Los vecinos me ven con gula. Por eso me palmean halagos, me insisten en su amistad. Los especialistas dicen que todavía me quedan cien años más con dinero. Pero la verdad es que estoy endeudado hasta el paroxismo y en los mercados no se consigue arroz, ni azúcar, ni leche. Sí, lo sé, soy un millonario extraño, con la despensa vacía, con perpetuas fallas de luz y con el dólar convertido en pecado. Mis vecinos se hospedan en mis hoteles, pasean por mi sol, brindan por mi bienestar y cuando me tienen ya borracho de ego me registran los bolsillos buscando oro negro. Me saquean las entrañas. *** Lisbeth Carolina aspiraba a que los hombres al verla pasar bo quearan cien piropos ante un trasero inesperado. Buscó una clínica modesta. En Facebook consiguió lo que buscaba. En Aguacaticos, en la avenida Fuerzas Armadas, había una opción casera. Una dosis de biopolímeros a 5.000 bolívares. Ella necesitaba glúteos. Nalgas. Culo. Más culo. Esa era su coqueta aspiración. Quizás regateó un descuento. En dos horas estuvo lista, sólo debía reposar y lavar con jabón azul la herida. Y así llegó la muerte en una jeringa barata. Soy un país vanidoso. No termino de entender que la belleza falsificada puede ser fatal. *** Los periódicos están cansados de repetir los desatinos que soy. Los políticos realizan rabiosas jornadas de deshonra. Se insultan. Se acusan de narcotraficantes y corruptos. Diputados saltan de una ideología a otra. La verdad y la mentira se atacan a dentelladas. Triunfa el caos...

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