Niños y diccionarios

No evado el tópico y comienzo relatando mi relación personal con el diccionario cuando era un niño y reconociendo cuál fue el primero de ellos y cuáles fueron los que me dejaron una impronta más duradera. También, en clave autobiográfica, cómo el diccionario ha constituido semilla fertilizadora de mis tareas de estudioso de la lengua y de teórico de la literatura. Mi ánimo no es Âdebe quedar claro ponerme como un ejemplo de cómo los primeros vínculos se hacen sólidos encadenamientos futuros en la relación de afectos y necesidades que son siempre los diccionarios. Mi intención es, más bien, hacer que fecunden algunas ideas sobre los diccionarios infantiles y juveniles a partir del caso que mejor conozco, el mío mismo. Mi memoria me pinta como un niño con diccionarios ha cia los 13 años de edad. Me pinta como un niño con un solo diccionario y quizá sea ésta la más patente realidad para todos: ser niños, primero, con un solo diccionario, y ser adultos, después, también con un solo diccionario. Sin saberlo en ese momento, la unicidad y la unitariedad del diccionario se hizo idea fraguada y una fragua de ideas me gusta repetir el principio saussureano de que cada hablante porta su propio diccionario, uno y único. Confieso Ây cuánto me cuesta hacerlo que ese primer diccionario no fue ninguno de los grandes de nuestra lengua, sino un Pequeño Larousse Ilustrado, que usaba y usa aún mi padre como re ligioso libro de cabecera. No se piense que se trataba de cualquier edición del celebérrimo diccionario, sino, contrariamente, de una edición revisada de la que había preparado Miguel de Toro y Gisbert, conocido como Primer Larousse en lengua española. Marrón en cuerpo y alma, este...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR