De dictadores y de papas

Ni carismático, ni viajero ni joven. No mucho tiene Benedicto XVI para cautivar y, sin embargo, se fue a Cuba a tratar de revivir la presencia de la Iglesia en una isla que no la quiere demasiado, pero que cada vez la adversa menos. En común tienen los dos jefes de Estado que les hace falta abrir algo más las compuertas de sus mutuos comportamientos para calar mejor en el mundo que los observa y los sigue. Las relaciones del papado con regímenes totalitarios no se ini cian en este tercer milenio. La prensa, particularmente la cubana de Miami, nos ha presentado esta visita papal como si fuera un evento fuera de orden, criticable y validador de la tiranía castrista. Si es cierto que algo hay de ello a los ojos de quienes también sufrimos las penurias del totalitarismo, no es menos histórico que los primeros pasos a favor de las autarquías las había dado ya Paulo VI tan lejos como en 1966, cuando recibió, para sorpresa del mundo, al presidente ruso Nicolai Podgorny. Así que, por ese lado, el periplo papal a La Habana no tenía nada de novedoso. Conviene recordar también que el papa polaco Karol Wojtyla fue más allá cuando fue él quien invitó a Fidel a ir al Vaticano y lo recibió hace 22 años. Para los fines de lo que cada mandatario perseguía, la presencia del Papa en Cuba sirvió. Para Benedicto, en el terreno religioso, y para los Castro, para propósitos políticos. La Iglesia ha dado una difícil batalla para recuperar la feligresía perdida en las últimas décadas. América hispana es un...

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