La disonancia opositora

Aprincipios de 1899, el poeta nicaragüense Rubén Darío desembarcó en Barcelona, España. La ciudad le impactó profundamente por su belleza, el civismo de sus habitantes y su floreciente industria.Le llamó especialmente la atención el generalizado sentimiento separatista que se respiraba entonces. Poco después, cuando se trasladó a Madrid, percibió que la capital ofrecía un panorama diferente. El choque fue tal que en una crónica que escribió para el diario La Nación de Buenos Aires señaló: Hay en el ambiente madrileño un hedor de organismo descompuesto.En verdad, todo faltaba allí: ciencia, entusiasmo, civismo.Su mejor biógrafo, el hispanista Ian Gibson, toma de su prosa esta trágica expresión: Solo había la palabrería sonora propia de la raza, y cada cual profetizaba, discurría y arreglaba el país a su manera. La verbosidad nacional se desbordaba por cien bocas y plumas de regeneradores improvisados. ¡Qué desolación! Gibson, Ian, Yo, Rubén Darío.Habiendo transcurrido poco más de un siglo, no podemos dejar de reconocer que la misma verbosidad se oye y se lee en nuestra nación, en forma de acordes no consonantes, por parte de la oposición democrática. Con esa actitud se olvida que la tolerancia y el respeto son parte de la esencia misma de la democracia, y que ellas se hacen efectivas cuando se aceptan las diferentes opiniones de nuestros compañeros de ruta como aportes o enriquecimientos a la discusión y no como simples entorpecimientos u obstáculos. De esto se deriva que ningún demócrata o grupo de ellos puede aspirar a la posesión exclusiva de la...

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