El divino rostro

Revestido de parsimonia, Nicolás Maduro hizo un anuncio que no parece de estos tiempos, que no acomoda en la escena de los días revolucionarios y dialécticos del siglo XXI: Chávez mostró su rostro a unos trabajadores del Metro de Caracas y después desapareció, dijo sin siquiera parpadear.

Se reveló, o reveló una parte de su físico ya convertido en polvo, ante unos obreros que tuvieron tiempo de captar la fugaz imagen en la cámara de un teléfono celular. Estaba allí la santa faz, en una pared de la construcción, porque para volver prefirió el humilde lugar a un lujoso palacio y en vez de burgueses explotadores a los obreros para quienes inició su cruzada de regeneración mientras hizo su peregrinaje en este valle de lágrimas.

Quizá no imaginaron esos señores metidos en la profundidad de un subterráneo que así lograban el portento de dejarle al evangelista anunciador la primera reliquia de la nueva religión republicana. Porque cuando se apareció como pajarito solo el prelado sucesor lo vio, apenas el bienaventurado heredero se deleitó con sus amables trinos. Fue una manifestación exclusiva, de la cual únicamente pudo dar testimonio el partícipe del milagro. Hacían falta los tres pastorcitos, los ingenuos comunicadores de la buena nueva, los inocentes que no levantan sospechas y pueden, por consiguiente, convertirse en divulgadores genuinos del retorno de la luz. Y aparecieron los pastorcitos, cámara en mano. Quién sabe si José Gregorio metió su venerable mano en el asunto, como señal de gratitud con el jerarca de la iglesia revolucionaria que ahora se está ocupando de mover ante el solio de Francisco el demorado asunto de su beatificación. Isnotú se acerca hasta los senderos del Metro para la elevación de una próxima imagen de procedencia venezolana hasta las alturas de un gigantesco altar.

Queda una foto de la santa...

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