Don Tancredo

Nada que ver con aquel Tancredo de Hauteville que participó en la Primera Cruzada y acabó renunciando al principado de Galilea para regentar el de Antioquía, recordado gracias a su avatar en la Jerusalén liberada del Tasso, ese poema que ya nadie lee pero que por fortuna inspiró a Monteverdi el bellísimo Combattimento di Tancredi e Clorinda y, vía una tragedia de Voltaire, el bisoño Tancredi de Rossini. El que dio nombre altancredismo era un novillero valenciano, Tancredo López, que a finales del siglo XIX, comprendiendo tal vez que como torero no tenía mucho futuro, decidió ganarse la vida con una suerte que, dicen algunos, había visto hacer en La Habana, y que consistía en recibir al toro subido en un pedestal: el bicho pasaba de largo, para regocijo del respetable. Tan popular se volvió el engaño, que cuando el Manuel de La busca , de Baroja, llega a la Corrala, casi lo primero que llama su atención es un grupo de niños que se divertían jugando al toro, y entre las suertes más aplaudidas se contaba la de Don Tancredo. Se ponía un chico a cuatro patas, y otro, que no pesase mucho, encima, con los brazos cruzados, el cuerpo echado para atrás, y en la cabeza, alta y erguida, un sombrero de papel de tres picos. Se acercaba el que hacía de toro, mugía sonoramente, olfateaba a Don Tancredo y pasaba junto a él sin derribarle; volvía a pasar un par de veces, hasta que se largaba. Entonces Don Tancredo bajaba de su vivo pedestal a recibir el aplauso del público.Había toros marrajos, y guasones que se les ocurría tirar estatua y pedestal al suelo, lo cual era...

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