Drama en el consultorio

Cuando exponíamos ideas para financiar la revista literaria Sardio 1958-1961, propuse seriamente comprar y curar los odres, llenarlos de manzanilla de Andalucía y venderlos en las inmediaciones del Nuevo Circo en tardes de toros.Mis compañeros me vieron con estupor y desconfianza y luego con la piedad con la que se mira a los débiles mentales.Quedó establecida mi inutili dad para hacer cualquier clase de negocios: comprar, vender, hacer intercambios; incursionar incluso en aquella economía del trueque que alguna vez propuso el difunto junto con los gallineros verticales y la ruta de la empanada como mecanismos eficaces para arruinar al país y obligarlo a hacer colas en los supermercados y pulperías: su mayor logro en catorce años de continuos disparates y despilfarros.De hecho, el único aviso que conseguí para la revista fue uno de la gobernación en el que advertía que se suspendían todos los pagos por concepto de publicidad en revistas como la que lo estaba anunciando.Con el mismo propósito de proteger la salud financiera de nuestra publicación, Rómulo Aranguibel 1933-1980, miembro de su consejo de redacción, poeta y estudiante de Psiquiatría declaró que podía solicitar un aviso a José Luis Vethencourt 1924-2008, su profesor y acreditado psiquiatra en la absoluta seguridad de que, siendo hombre de sólida cultura, no iba a negarse. Salvador Garmendia 1928-2001 pidió acompañarlo porque quería conocer a Vethencourt y yo me agregué por ociosa curiosidad.Llegamos al consultorio y Rómulo con el aplomo de saberse en territorio conocido preguntó a la secretaria por el doctor Vethencourt. El doctor no estaba, pero la mujer fijó la mirada en Salvador y con voz suave pero firme y sin dejar de mirarlo dijo: El señor viene a la consulta, ¿verdad? No miró a Rómulo; tampoco a mí. Miró a Garmendia con el ojo de quien conoce las tribulaciones de las almas extraviadas y de los espíritus en zozobra.Y Salvador, visiblemente inquieto, hizo el amago de retroceder como si intentase...

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