Edda o la levedad

No hay nada más inútil que matar un dragón. Esta sentencia de origen chino, que desde hace un tiempo se la atribuyo a mi padre, don Felipe, se me aparece de pronto mientras leo Danza con dragones, uno de los espléndidos poemas de este nuevo libro de Edda Armas. Y por una ley de la fraternidad pienso en otro padre, el de Edda, que hubiera estado de acuerdo con el mío en el arte de la inutilidad al pretender matar un dragón. Cielos de Cabimbú. Cielos de Clarines. Los lamederos del diablo. Santo, santo, Señor de los Ejércitos, llenos están los cielos y la tierra de la majestad de tu gloria. Con esta letanía de mi abuelo Onofre celebro la poesía de Edda, que tiene ella mucho de luciérnaga con voz de ruiseñor. Motivos para celebrar los hay por doquier en Sin negativo ni estaciones, de cuya lectura en el invierno siberiano de Tokio me había propuesto dar cuenta, y luego de los avatares de rigor pues como dice mi amigo taxista que es un filósofo al volante: siempre sucede lo ines perado me vi limitado a una serie de apuntes al parecer inconexos, que Edda ha querido, quizá por curiosidad femenina, escudriñar. Ahí van: Fotos en sepia, blanco y ne gro, fucsia: puestas sobre la mesa como un Tarot, un puzzle para armar en soledad. La liviandad de Ícaro, vale decir la levedad, no necesariamente según Kundera sino más bien...

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