El efecto Maldonado

Tú y yo no somos nosotros Beltroch Brech Se alborotan los demonios, se exacerban las sinceridades, y las trivialidades de todos los días adquieren la solemnidad de grandes sentencias. Eso es lo que vemos por estos días con un asunto tan banal como que un corredor de motos, de caballos o de carros pierda o gane una competencia. ¿A qué viene ese alboroto? Mitos, confusiones y mezco lanzas se combinan para que lo peorcito de cada opinador aflore impúdicamente mire usted distraídamente la cadena de barbaridades de algunos pichones de gorila que se crían en la jungla de la derecha más lamentable. Confusión favorita: llamar deporte a una gran cantidad de delirios humanos subir grandes montañas, lanzarse sin paracaídas, levantar un carro con los dientes, escalar grandes edificios, darle palos a una pelota y ser un gran jonronero, cruzar a nado el Canal de la Mancha, dar carreras en un bólido de F1, la lista continúa. La normalización de estas anomias y el consiguiente forjamiento de fanáticos y de premios, simbólicamente compartidos por un pedazo de la sociedad, crean el marco natural para que estas falacias pasen a formar parte de los paquetes mentales de los millones de trajes ambulantes que pueblan el globo. Por fortuna hay miles de mi llones de habitantes de la Tierra que ni les van ni les vienen estas grandilocuencias de los deportistas del mundo. Hay que lograr el ideal de que casi 4 millardos de fanáticos vivan intensamente esta pasión inútil de batir récords. A condición de que otros 4 millardos de ciudadanos del mundo elijan libremente no tener nada que ver con estas frivolidades. De ese modo el juego está repartido y cada quien sabrá a qué atenerse. Mientras tanto, podríamos poner un poco de orden en las desaforadas pasiones patrióticas de estos héroes del deporte y ahorrarnos las pamplinas de dejar en alto el nombre de Venezuela, la trascendencia de que se escuche el Himno Nacional y majaderías que no pueden disfrazar el núcleo duro de todos los deportes: negocio, negocio y sólo negocio. Pero como ya dijimos, esa es una enfermedad irreversible que no vale la pena...

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