El emotivo debate taurino

Con excesiva pasión y sin mucho rigor argumental se ondea la bandera anglosajona antitaurina. Por ejemplo, dicen que no se necesita saber leer ni escribir para matar toros, lo cuál también es cierto para matar lo que fuese. Salvo el doctor Lecter, los asesinos seriales son iletrados. Argumentan, también, la barbarie del espectáculo, cuando es greco-romano, cunas culturales de occidente. Tampoco es inquisitorial, como aseguró un debatiente, fallando su argumento en veinte siglos. Se lo acusa de espectáculo sádico y The ultimate fight, en TV, que ha cobrado varias vidas, es perfectamente aceptado. Dicen que da una muerte cruel, como si la invisible de los aviones teledirigidos que no salpican al shooter, fuera la adecuada. ¡Tenebrosa limpieza! En realidad, la argumentación antitaurina es cultural, es fundamentalmente germánica francos, anglos, sajones, etc., históricamente enemiga de las culturas del mar Mediterráneo, cuna de la tauromaquia. Durante la Ilustración, y por las luchas interimperiales de entonces, el norte europeo descalificó lo taurino así como denigró arteramente la única autocrítica colonial que jamás hizo imperio alguno: la leyenda negra española; mientras los anglosajones sistemáticamente exterminaban todo lo que no se pareciera a ellos o a lo que conocían: indios y búfalos en Norteamérica, aborígenes y al pájaro dodo en Australia y Nueva Ze landa. Se trata, pues, de un debate entre las culturas del norte europeo y las del Mediterráneo. Mientras nosotros celebramos el día de difuntos, los norteamericanos le tienen fobia a evidenciar la muerte, a ritualizarla, por eso sus cementerios parecen campos de golf. Y nada que...

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