Entonces, hirvió el agua...

Desde hace tiempo me ha impresionado la intensidad y originalidad que alcanzó la escritura cuentística en Venezuela en la segunda mitad de los cuarenta del siglo XX. Al abrirse a distancia la reja de la casa de Gustavo Díaz Solís me encontré con unas empinadas escaleras al final de las cuales me esperaba uno de los protagonistas de aquel momento estelar del cuento venezolano. En el Celarg, cuando aún era yo un aprendiz de investigador en los primeros ochenta, había saludado de paso a aquel discreto profesor que era entonces miembro de su directiva. Ahora, gracias a la gentil mediación de nuestro común amigo José Tomás Angola, estaba por comenzar la primera de varias conversaciones con el autor de relatos tan admirados por mí como El niño y el mar, El punto y Arco secreto. En su conocida antología del cuento venezolano, José Balza lo distingue con el epíteto de cuentista absoluto. ¿Cómo se siente con tan singular elogio que en Venezuela sólo podría tal vez compartir en verdad con don Julio Garmendia? Uno se siente halagado, naturalmente. Sorprendido ante la original expresión de Balza. ¿Qué quiso decir? Quizá quiso decir simplemente que mi vocación y aptitud natural en literatura es la de escribir cuentos. ¿Corresponde su sostenida y fiel dedicación al género cuento dentro de la escritura creativa a una decisión consciente y nítida? Consciente sí, aunque no premeditada. ¿Está relacionada esa decisión con su valoración particular del género? ¿Como se han llevado en Gustavo Díaz Solís el cuentista, el profesor, el gerente académico y el traductor? ¿Se quedó finalmente este último con el trono? Bien, vamos por partes. Desde comienzos del bachillerato me interesé por la literatura de una manera genérica: leía poesía, cuento, novela... Más adelante, fueron sin duda mis primeros cuentos, especialmente Morichal, los que me dieron a conocer, como se dice. Con Llueve sobre el mar, que recibió en 1942 el premio de la revista Fantoches, vino una discreta fama. Era una revista de mucho impacto en el medio literario de la época. Circulaba por todo el país, sus lectores la apreciaban y la guardaban. Influyó mucho en nuestra conciencia literaria nacional. Ese premio sorprendió y me hizo conocer porque yo tenía apenas 22 años, el jurado estaba formado por intelectuales muy respetados y presidido por Rómulo Gallegos y, luego de abrir las plicas, ese jurado encontró entre los participantes escritores ya reconocidos como Guillermo Meneses, Arturo Croce o...

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