Eppur si muove

Días atrás me llamó la atención el titular de un matutino según el cual la gente se ha acostumbrado a hacer cola. No supe si era la opinión del editor o la de algún dirigente opositor y, la verdad, poco importaba, pues, aún no había terminado de digerir tan alarmante aseveración y de preguntarme quién tendría la culpa de esa estoica pasividad, cuando ya, como es habitual, no sólo en mí sino en la abrumadora mayoría de mis compatriotas, me encontraba apostado en una cola para pagar los pocos artículos que pude conseguir en las escuálidas góndolas del supermercado, que no eran precisamente los que más necesitaba; pero, como peor es nada, decidí adquirirlos y padecer la lentísima marcha hacia las cajas, pensando que, a lo mejor, Zenón estaba en lo cierto y el movimiento es ilusorio, como lo serían, así mismo, el espacio y el tiempo aunque no me creo que la cachazuda tortuga pudiese ganarle al raudo Aquiles la carrera imaginada por el filósofo eleático en su celebérrima paradoja.El lánguido avance de la hile ra que conducía a una caja supuestamente express me permitió cavilar, no ya sobre la aciaga acumulación de desatinos de los gobiernos bolivarianos que ha conferido a estas inhumanas filas cierto rango institucional, sino a la presunta complicidad que, por negligencia o incompetencia, pudiesen tener los patronos y sus empleados en la generación de esas procesiones que marchan con morosidad extrema hacia el cadalso de las registradoras; y, a riesgo de su cumbir a la paranoia y enrollarme en teorías de la conspiración, comencé a barruntar la hipótesis de una conjura fraguada por algún misterioso poder con miras a escatimarnos el tiempo para que, a duras penas, podamos cumplir con nuestras cada vez más exiguas y monótonas rutinas.En esas estaba cuando me asaltó la idea de compartir con quienes tengan a bien leerme las sospechas que alentaron mi conjetura de que las rigideces y dilaciones que impiden fluidez en la tramitación de pagos, cobros, depósitos y otras diligencias obedecen a un muy bien urdido complot; por ello me propuse sustanciar un expediente al respecto. El problema es que no sabía cómo instruirlo, pues semejante tarea reclama, además de rigurosas indagaciones y la minuciosidad de un Sherlock Holmes y, a menos que se tenga la feroz lucidez de Fernando Vidal Olmos ese personaje creado por Ernesto Sábato que, en Sobre héroes y tumbas 1961, se sumer gió en el mundo de las tinieblas perennes y redactó un Informe sobre ciegos para...

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