¿Es tiempo de más revolución?

Entre las pocas opciones que tenía Nicolás Maduro para afrontar la derrota aplastante del régimen en las elecciones del 6 de diciembre, parece haber escogido la peor. Es tiempo de más revolución, ha sido su mensaje inicial a los 820 delegados del PSUV convocados el pasado jueves a Caracas para analizar las causas de la derrota electoral y acordar el nuevo rumbo a seguir. En muy pocas palabras, una desesperada propuesta presidencial cuya finalidad sería, afirmó, convertir la crisis en herramienta para promover una lucha que nos vuelva hacer vivir un 4 de febrero, un 27 de noviembre, un 13 de abril, y radicalizar la revolución: yo estoy dispuesto a encabezar esa revolución radical.Algunos espíritus más bien ingenuos pensaban que ganar las elecciones el 6 de diciembre y comenzar Venezuela a transitar por los caminos de la normalidad democrática eran una misma cosa. Nada más lejos de la realidad. Los vientos de tormenta que hace 16 años desviaron el curso de la república, violación sistemática de los derechos políti cos y civiles de los ciudadanos, imposición de un anacrónico sistema político y económico importado ciegamente desde Cuba y desprecio absoluto por la racionalidad en la gestión de la economía y las finanzas han sido la causa principal de la debacle chavista, pero constituyen el eje sobre el que se ha sostenido el proyecto político puesto en marcha por Hugo Chávez en 1992 con su frustrado golpe militar del 4 de febrero.Reconocer los resultados de la votación del 6-D, como se ha visto obligado a hacer Maduro aunque solo sea para conservar la ficción democrática de su gobierno, no es de ningún modo lo mismo que aceptar sus consecuencias. En democracia, ganar o perder unas elecciones constituye el aspecto esencial del ejercicio político. En regímenes no democráticos, como el venezolano, se gana, o se gana. Como sea, ¿hasta el último suspiro? Es lamentable que desde esa trinchera imposible a Maduro no le importe que las urnas hayan demostrado, más allá de cualquier duda y a pesar del abuso del poder, la sumisa complicidad del árbitro electoral y el clientelismo desmesurado, que el pueblo, la voz de Dios, solía...

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