Esperanza de Bello

La vecindad de una efeméride a ratos gloriosa y a ratos cuestionada obliga a comentar permanentemente las estaciones sobre su entendimiento y su incomprensión. Gloria y cuestionamiento actúan en torno a Andrés Bello. Su legado de noble sabiduría es reconocido, pero de nada nos sirve. El florilegio despierta aplausos de sincera admiración, pero no estima el costo que tiene en los territorios del lugar común ese ángel caído del paraíso de la inteligencia. El fariseo merodea y espera su turno, el mismo que le permite entonar el canto falso de la admiración una elegía disfrazada de epopeya épica. El parricida se aproxima y arremete sin clemencia. La nueva impostura produce réditos duraderos cuyos beneficios harán del actante, por el hecho mismo de practicar su inquina gratuita o de postular su insidia in controlada, una ficha entre el panorama del vanguardista prometedor nada en la crítica es más poderoso que destruir. El desidioso opera sin saberlo y gesta de la inadvertencia la enfermedad más incurable. Sé que las anteriores no parecen palabras para festejar un nuevo aniversario del nacimiento de Bello. El panorama parece no permitir otras aristas que el fariseísmo, el parricidio o la inadvertencia y en estos renglones, está claro, no podemos incluir a los cultores de la materia bellista dentro y fuera de Venezuela. No es a ellos a quienes me refiero, pues, si bien alguno pudo respaldar uno u otro de los conceptos, se debe la triple gestión al grueso de la comunidad internacional de sapiencia hispánica. Sin propiciarlo todos hemos sido alguna vez fariseos, alguna que otra, parricidas y, muchas veces, desidiosos hacia Bello. Bisabuelo de piedra o espíritu vivo, Bello...

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