Espinas de acero

Querido Carlos: la columna de hoy es una carta. Una corta misi va, porque el espacio no me deja desandar otros asuntos más allá de todas esas cosas que quisiera decirte. Tengo unos cuantos años en este limbo terrible, las miserias de un país que conocía, que me formó y que me hizo la persona que soy hoy, un lugar donde me encuentro y me pierdo constantemente. Miro tu exposición y siento una extraña nostalgia cargada de beneplácito. A ver, la nostalgia apunta por una muestra que esperaría estar mirando en una de las salas del MBA o del MAC de esta ciudad tan extraña, tan ciega, tan plagada de vagos infortunios. El beneplácito es saber y sentir que a pesar de esos espacios sellados y pusilánimes tú estás aquí, en un lugar alterno, haciendo tu trabajo, entorchando con sana ironía las variables de un mundo atroz y servil. Eres un gran artista. Un hombre que no cede a las elucubraciones. Un creador armado con todas las de la ley en esas tramas difíciles que comporta el engranar las causas y las consecuencias, no sólo del país que vivimos, sino de todo ese andamio de falsas politiquerías, de descollantes mesianismos, de solventados y oportunos amiguismos que nos intentan inocular las más recientes palpitaciones de nuestra Venezuela actual. Tú sabes, Carlos, muchas cosas que no sé yo. Tú conoces miles de engranajes que muchos jóvenes artistas, productores e in vestigadores de este país ignoran. Eso se delata en tus composiciones, en los limbos de un conceptualismo objetual que manejas con tanta maestría y buena lid, y que está tan mal atesorado por las liviandades de una nueva vanguardia que resuena sus flecos y sus falsos contenidos en las esquinas insonoras de este ligero presente cultural. Tal vez nunca en este...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR