Un rinoceronte eterno

En los días revueltos de la Revolución francesa, la muchedumbre que invadió el Palacio de Versalles, encontró animales vivos enjaulados o encadenados. Era la colección zoológica que Luis XV había creado en su palacio. La mayoría de esos animales cautivos, fueron regalos de otros monarcas o capturados en expediciones; traídos desde tierras remotas hasta esa estancia real. Un rinoceronte negro, enca denado, estaba entre esos seres exóticos que atesoraba la realeza francesa. En la efervescencia del momento, los parisinos irredentos liberaron a los animales prisioneros del rey. No eran tiempos de cadenas. Y el rinoceronte fue integrado a la marcha hacia París del río de gente alebrestada que arrió el africano animal, todo el largo camino hasta el epicentro de la revuelta. Llevar a pie y bajo control un rinoceronte de gran tamaño y contextura, de más 1.300 kilos de peso, evitando sus embestidas y cornadas durante el trayecto de la multitud eufórica, desde Versalles al centro de París, debe haber causado impensables penurias a los rebeldes... y al animal liberado. Tanto fue así, que el rinoceronte, extenuado y confuso, murió en medio de vicisitudes que sucedían en las estrechas y congestionadas callejuelas del diminuto casco urbano del París de entonces. No obstante, en medio de aquellos días de guillotinas y anarquías, de sueños y utopías proclamadas, de atropellos y temores, de muertes y embestidas; en medio de esa descomunal locura colectiva que intentaba cambiar el curso de la historia, hubo quienes se preocuparon y quienes se ocuparon de salvar la piel y forma de aquel particular animal... Le hicieron la taxidermia y conservaron el ejemplar, disecado... preservado para siempre. Transcurridos más de dos cientos años, ese rinoceronte de una especie también llamada de labio ganchudo Dicerosbicornis, atrapado en África, traído a Versalles como juguete del rey, encadenado y exhibido en la privacidad del palacio y luego liberado por las masas y muerto en medio del fragor de la Revolución francesa, mira ahora a los visitantes desde una inmensa caja de cristal en la Gran Galería de la Evolución, del Museo de Historia Natural de París. Allí, su esbelta contextura, cuenta su historia y es preservado para siempre por un museo; forma parte de una conmovedora sala en penumbras y ambiente mortuorio...

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