Eugenio

Fue mi madre, recuerdo, quien primero me habló de él. Aun hizo más: en mis manos puso el primer libro suyo que leí: La filosofía y su sombra. Todavía recuerdo, con el ojo de la memoria, la portada de la primera edición de Seix Barral, pero como esa mirada la de la memoria tiene la particularidad de ser bizca, mejor, pensé, ir a refrescar la imagen en el repositorio de Google. Y aquí está: sobre fondo negro, un cintillo blanco despliega, debajo del título del libro, los retratos de cuatro filósofos intervenidos como con marcador negro: el Kant de Becker, con anteojos y bigote a lo Dalí; una de las supuestas esculturas de Platón, con parche de pirata y mostacho a la húngara; el retrato de Hegel por Jakob Schlesinger, con barba en collar y anteojos de présbita, y por último, el pobre Bergson, con quevedos y fumándose un puro. No diré ahora la impresión que me causó La filosofía y su sombra, porque bastante tiene una con su ración cotidiana de nostalgia. Tampoco por qué me parece que Eugenio Trías es el tercer gran filósofo español del siglo XX, en el entendido de que los otros dos son Unamuno y Ortega, y el único de los tres que completó la tarea de construir un sistema filosófico como antes se hacía, en la gran tradición metafísica europea, es decir, arquitectónicamente: levantando una soberana mansión, con todas las complejidades y comodidades del caso, pero también con sus puertas disimuladas que daban a pasillos secretos, por los que llegabas, con el co razón alegre y la mirada limpia, al Vértigo de Hitchcock o a las dos Pasiones de Bach. Tiempo, tal vez, y espacio...

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