El exitoso fracaso cotidiano y oficial

Salvo unos cuantos discos de pasta y un cúmulo de libros que mis amigos recomien dan incinerar como hacía el detective Pepe Carvalho en las novelas de picaresca policial que revitalizó Manuel Vázquez Montalbán, mi acumulación de riquezas y de otros tranquilizantes de la codicia ha sido un fracaso ensordece dor. Ahora mismo no solo he estado a punto de abandonar la batalla contra el alto costo de la vida, por la imposibilidad de evitar que se agrande la distancia entre el sueldo y el valor de la canasta básica, sino también porque he aprendido que los productos que la integran son tan virtuales como la partidas de nacimiento y las declaraciones de bienes de los funcionarios del alto gobierno.No hay leche ni papel tua lé, tampoco jabón de baño y cientos de otros productos indispensables para vivir como criaturas del siglo XXI y no como aborígenes precolombinos.Tampoco hay abundancia de puestos de trabajo ni ancianatos gratuitos para acogerse a un retiro digno; mucho menos dónde arrancharse en el Cajón del Arauca y ver el amanecer desde el chinchorro. Lo que siempre está presente es la duda: ¿En qué fallé? He trabajado desde que otros de mi edad es taban en el kinder adquiriendo destrezas con las tijeras y la goma arábiga y he sido afortunado en ganar buenos sueldos, pero siempre me ha costado alcanzar la cesta básica.Creo que soy uno de los ve nezolanos que el Estado más ha victimizado y que más ha sometido al empobrecimiento en los últimos 20 años...

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