¿Se explica?

Leer la página de sucesos de los diarios en estos tiempos es someterse al estupor y al escalofrío. No por el persistente acontecer del asesinato ni por su cantidad siempre en aumento, en esto ya estamos curados de espanto, sino por las nuevas modalidades que el crimen está presentando y que superan con mucho la maldad e injusticia que estamos acostumbrados a esperar en semejantes hechos y que, por conocidas, tenderíamos a incluirlas en lo que podríamos entender como lo que sería normal en el delito y en la perversidad del homicidio. Creemos que por muy mala que sea una acción tiene que tener una racionalidad intrínseca, un sentido y un fin. No nos resulta fácilmente pensable que la maldad se haga exclusivamente porque sí. Si en algo se está caracterizando el crimen actual es que en demasiados casos no parece tener ninguna explicación comprensible. Por eso mismo resulta tan impredecible que echa por tierra todas las medidas de protección y defensa que se nos puedan aconsejar. Es cierto, sin embargo, que siempre alguna razón habrá aunque sea simplemente ejercitar el dedo pulsando el gatillo, quitarse una molestia de encima o gozar viendo el susto y el correr de la gente en medio de los disparos; pero nos cuesta pensarlo porque eso nos parece un sin sentido, un absurdo. Pues vayamos acostumbrándonos porque la noticia diaria da cuenta de cómo estos absurdos están proliferando y cada día ocupan un mayor espacio entre las muertes compitiendo con las producidas por el atraco, la venganza, el secuestro o el sicariato. Lo podemos ver en dos pequeños grupos de he chos recientes que si tienen una modalidad cualitativa común, se diferencian en el tiempo y en el ritmo de la ejecución. Va el primero: el hombre encuentra a un joven, durante una celebración callejera, echado sobre el capó de su auto, saca el arma y le da tres tiros; muerto. Un joven pide a otro un cigarrillo; ante la negativa de...

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