Un sueño feliz y en colores

Andrés Iniesta se llevó el galardón como el mejor de la Eurocopa, España la corona de las coronas, la gente en el país más grande de la península Ibérica festeja. Pero los jugadores españoles no llegaron al clímax de la eu foria, seguramente estando como están ya habituados a ser los dueños del balón. Siempre dicen más o menos lo mismo, siempre son cuentos ya contados. Todo eso está bien, formalmente bien. Pero, ¿y los perdedores, qué será de la suerte de los que no tienen ganadas las primera páginas de los diarios y los espacios en todos los medios posibles? Dicen las viejas creencias que las historias más hermosas, más estremecedoras y que llegan a lo hondo, están ahí, en los caídos. En los Andrea Pirlo, en los Cristiano Ronaldo, en los Mario Balotelli. ¿Alguien los entrevistó al final de sus derrotas? ¿Qué hubiera dicho el italiano de su impotencia, de la humillación del 4 a 0 en contra? ¿Y qué tal el portugués, con su rabia, sus ganas imposibles del penal por cobrar que quedó en el limbo de su vida? ¿Y Balotelli, con su mentada arrogancia, su mala educación como en la película de Pedro Almodóvar, su postergada voluntad de demostrar que es uno de los atacantes fundamentales del fútbol? Con ellos había que conversar, oírlos contar sus anhelos no realizados, y en consecuencia, sus ganas locas del desquite. No pudo ser, ¿será alguna vez?... La Euro ha funcionado como una redentora del fútbol, como la madre reconciliadora de balón y nuestros sentimientos hacia el subir y bajar de las canchas del mundo. Estábamos muy inquietos, casi fastidiados de que todo el mundo jugara igual, de que nadie se atreviera a ir más allá del riesgo mínimo. Pero la Euro, con sus desboque por los arcos, por la entrega vista y con el miedo a perder en los suburbios del olvido, lo ha disipado todo. Qué bueno, qué reconciliadora la alegría vivida en Polonia y Ucrania; un sueño...

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