La firma de los cocineros

En el libro Me llamo Rojo, el escritor tur co Orhan Pamuk nos pasea por la ri queza infinita del mundo de la pintura islámica cuando, en el siglo XVI, entra en conflicto con los preceptos pictóricos del Renacimiento. En la historia contada en la obra, tres son las amenazas que se ciernen sobre los talleres del sultán. Por un lado, el uso de la perspectiva que hace que hombres, objetos y animales puedan tener el mismo tamaño en un mismo cuadro, y hace que algunas cosas se vean desde la perspectiva de seres impuros ¡Difícil saber hasta qué punto esta novedosa forma de equiparar en importancia hombres y animales raya en la blasfemia! Por otro lado, todo cuadro islámico está para contar una historia; en cambio, los infieles no sólo pintan por pintar, sino que han convertido la pintura en un ejercicio de retratistas, lo que lleva a interesantes discusiones para definir los escollos teológicos que puede presentar un retrato mandado a hacer por alguien, ya que interfiere con la prohibición expresa de la idolatría establecida en el Corán. Finalmente, los grandes ilustradores islámicos consideran un acto de egocentrismo imperdonable que los pintores occidentales firmen sus obras. Se trata de una vieja discusión que persiste hasta nuestros días y que puede resumirse con dos preguntas: ¿son las influencias culturales extranjeras lo suficientemente peligrosas como para atentar contra nuestra propia estructura como sociedad? ¿La labor de los artesanos es superior en la medida en que sea anónima, en contraposición a aquella que es firmada por un autor? La cocina no ha estado ajena a las mismas angustias y preguntas. Quizás no con la vehemencia encendida que deja una estela de asesinatos en el libro de Pamuk, pero sí con visiones contrapuestas y casi siempre irreconciliables. Estarán quienes crean que la globalización está detrás de dos males tremendos como son la pérdida de nuestra cultura gastronómica, así como de los desórdenes en nuestra dieta por cambios de hábitos; y siempre estarán los que digan que las cocineras de verdad son las anónimas señoras que mantienen intacta la tradición desde sus domésticas cocinas. Igualmente, estarán quienes aleguen que no existe una sola cocina en la tierra que no sea fruto de la fusión de despensas y usos de varios lugares producto de inmigraciones y conquistas, siendo ello justamente lo que las enriquece; e igualmente los que digan que es la cocina de autor...

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