Frío

A partir de los catorce años... me empecé a meté en problemas; este... empecé a dale tiro a la gente, chama, ¡¡Paj, paj!!. Cuando tenía quince años, ya tenía seis homicidios. Entonces, bueno, me empecé fue a dale tiro a la gente... a ese chamo le di cuatro tiros y me tuve que ir pirao. Entonces le di un poco e tiros en la cabeza y a raíz de ahí, bueno, seguí, seguí, seguí teniendo homicidios. Lo agarré y le di siete tiros en la cara; hasta fui al velorio d?él y todo. Lo vi, le di el sentido pésame a uno y todo. Son extractos de una historia-de-vida publicada en Salimos a matar gente. Toda ella, pero en particular ese ir al velorio y dar el pésame, ese bueno repetido con indiferencia y naturalidad y ese ¡¡Paj, paj!! que resuena con la sequedad, dureza y contundencia del disparo que remeda, dan escalofrío: se nos contraen los músculos atacados por una vivencia de frío emocional y físico a la vez y por un temblor que nos obliga a cerrar los ojos y endurecer el rostro en un intento de no ver, no imaginar, de negar realidad a lo que acabamos de oír. Nos ha llegado el frío del que narra junto al horror de lo narrado y se nos ha metido hasta las entrañas. Nos ha invadido la angustia. Para ese narrador glacial, el mal es un asunto simplemente banal. La violencia criminal está en él secamente naturalizada. Hielo y desierto son las monedas con las que se paga la inclusión en la vía del crimen. Hielo y desierto que ha experienciado el malandro desde su nacimiento en una seca y helada madre y que le ha ido creciendo por dentro hasta convertirse en los huesos, los músculos, la sangre y la mente de su ser persona, en su natural forma de estar en este mundo. Desde distintos ángulos de la ciencia se nos dice que la frialdad es una caraterística antropológica básica que se activa y llega a prevalecer como mecanismo de adaptación en función del principio de realidad, con el objetivo de anclar la...

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